
Esta semana, el mandato importante de los mendocinos es la demanda política de una sociedad que necesita con precisión y reclama por lo normal, en una provincia donde el mayor acuerdo mayoritario lo constituyen los desacuerdos, que suelen ser constantes en nuestra Mendoza.
Sin duda, algún atributo tan misterioso como nocivo posee esta política local para que el mendocino hoy sostenga que hace falta gente normal en política que haga política para gente corriente.
El gobierno necesita mostrarles a los sectores más antagónicos que la minería es una realidad, y la consigna por una provincia tradicional son el significado de su eje central en su lucha por el total poder político provincial. Tanto es así que su propuesta es portadora indubitable de esa Ambición. Tal vez de esa certeza palpitante, difícil de expresar en conceptos precisos, pero que para cada ciudadano común resulta tan sólido y permanente como el sentido común.
Una de las virtudes y méritos del actual gobierno sobre el kirchnerismo es que titulariza ese objetivo de normalidad.
Cambia Mendoza llegó al gobierno con esa consigna y desde el poder se esfuerza por seguir sosteniéndola a cualquier precio, para lo cual hace uso y abuso de la mentira, que es fundamental para la corrupción.
Convengamos en que resulta muy difícil y sobre todo poco creíble asociar el kirchnerismo con lo normal, pero también en que nos hallamos frente a un depurado modelo del mismo, pero con modales un poquito más suaves.
La anomalía kirchnerismo no proviene de sus supuestos objetivos revolucionarios como ellos pretenden hacernos creer, sino por la grosera manipulación que hace de esos objetivos revolucionarios.
Pero más allá de esas retóricas, los fundamentos del kirchnerismo nacen primordialmente de esa relación sórdida, viscosa y hasta morbosa que ha establecido con la corrupción y particularmente de ese esfuerzo sobrenatural por instalar como normal todo aquello que debería ser su opuesto.
Es verdad que un gobierno de ladrones puede en algún momento normalizarse. Las remanidas sentencias sobre “roban, pero hacen”; “ladrones somos todos” y “la diferencia está en que nosotros robamos para todos y estos lo hacen para unos pocos” pretenden presentarse como hechos sólidos e ineludibles. Por extraño que pueda parecer deberíamos extremar nuestros esfuerzos para elegir administraciones probas, íntegras y honestas.
En los casos de minería y Portezuelo del viento, cuando se hace hincapié en esa supuesta solidez, no debería confundirse con lo normal en tanto se trata de la maniobra destinada a anestesiar moralmente a la sociedad mendocina para perpetrar los aviesos manejos del patrón provincial.
Una ciudadanía resignada a convivir con la corrupción no es una sociedad lúcida sino una sociedad enferma, muchos de cuyos síntomas los argentinos los hemos conocido en los últimos años.
Mal que les pese a la política local y a los corruptos de turno, lo habitual políticamente hablando no es una sociedad corrupta, sino tal como lo concibe en su intimidad cada ciudadano, aquella que se ajusta a la ley, a la ética, y a las reglas jurídicas y morales.
¿Qué es lo normal entonces? En el arranque corresponde decir, que para la sociedad es una condición ambicionada de lo cotidiano, es decir aquello que se relaciona con lo seguro, con lo prudente y todo lo que se opone al desequilibrio o la convivencia con el caos. Sin temor a equivocarnos podemos decir que una sociedad convencional se relaciona con la verdad y es lo opuesto al peligro. La apuesta a la vida, la apuesta a la paz, es la consigna de la democracia, y eso no es por casualidad.
Lo normal, como todo logro político, encierra su propia contradicción, sus propios excesos y abusos. Es lo que sucede hoy en Mendoza, cuando lo normal viene en aceptación pasiva a la sumisión de un orden injusto.
Por el contrario, una sociedad jurídicamente organizada, pero sobre todo a un orden en el que el ejercicio de derechos se compensa con la exigencia y cumplimiento de los deberes. De lo que se trata, por lo tanto, es de vivir en un país normal, con una sociedad decidida a defender esa sensatez y un gobierno transparente que lo represente.
De eso se trata. De recorrer el peligroso camino hacia una Mendoza tradicional y convencional. Los ciudadanos no pedimos clarividencia ni milagros a nuestros políticos y mucho menos exquisitez. Nuestro reclamo es más modesto, más chabacano y llano, pero más exigente porque no opera en las nubes de la utopía, sino en el territorio áspero, a veces desolado, a veces luminoso, de lo normal y cotidiano.
Gentileza Mendoza Today